martes, 17 de marzo de 2020

Los "idus de marzo"

Que los españoles nos quedáramos confinados en casa, un día tras otro, hubiera sido cuestión impensable hasta hace poco, pero lo estamos haciendo. Nuestra idiosincrasia nos diferencia y nos distingue, tendemos a la exageración, a la hipérbole expresiva. Nos tocamos al hablar, nos abrazamos y besamos efusivamente, gesticulamos abiertamente, somos parte de esa etiqueta geográfico-social llamada "carácter latino", que nos lleva a comportarnos con los demás de manera familiarmente cordial, sin medir las distancias físicas, algo que puede llegar a intimidar a personas de otros países con culturas menos expresivas en los modos y normas de comportamiento sociales.

Pues bien, ante una nueva situación hasta hace pocos días impensable, peligrosa y extraña para nosotros, hemos sido capaces, una vez más, de dejar claro que somos mucho más lúcidos, competentes, tenaces y constantes de lo que solemos demostrar habitualmente, y que nuestra naturaleza festiva no es óbice para que, en situaciones críticas, demostremos nuestra capacidad de empatía, de generosidad y sentido del deber. 

Una enfermedad nueva (y no voy a mencionar su nombre porque no se lo merece), ante la que los científicos y médicos se encuentran prácticamente desarmados, ha sido el detonante del estado en que nos encontramos: privados de algunas de nuestras libertades esenciales por unos días, protegidos y amparados por el personal sanitario, por la seguridad del estado, por todos aquellos que siguen trabajando para que la mayoría de nosotros podamos seguir disfrutando de los servicios esenciales. Hemos comprendido que nos va mucho en ello, nuestra salud y la de los nuestros, nuestras vidas y nuestro futuro. 

Que nuestra economía está y estará por los suelos, que vamos a tener que hacer sacrificios enormes para reflotarla, lo sabemos. Que el enclaustramiento en nuestras casas va a durar más de lo que inicialmente se preveía, también. Lo sabemos y apechugamos con ello, conscientes de que tendremos que trabajar mucho y muy duro. Aún así, enfrentamos la situación con paciencia, con sentido de la responsabilidad, con imaginación y, por qué no, con dosis de buen humor. 

El año 2020 no comenzó bien para nosotros. Cuando nos comimos las uvas, el pasado 31 de diciembre, junto con los propósitos, pensamos en todas aquellas cosas buenas que queríamos que nos sucediesen, pero el mes de enero fue el comienzo de un mal sueño que se ha convertido en pesadilla en marzo. 

Para los romanos, marzo era un momento de grandes cambios. Dedicado al dios Marte (de ahí su nombre)-, era el comienzo de la primavera, de un nuevo ciclo y, por ende, el tiempo en que comenzaban sus campañas de guerra. Los idus de marzo fueron siempre de buen augurio para ellos hasta que llegaron los más famosos de la historia, el día en que asesinaron a Julio César. Fue el 15 de marzo del año 44 a. de C. y, por esas casualidades del devenir, fue tan solo unas horas antes del 15 de marzo de 2020 cuando se decretó que las calles de nuestro país murieran un poco, que se vaciaran y quedaran desiertas de los ruidos de los coches, de las prisas y conversaciones de los viandantes; de las luces de los letreros luminosos de cines, teatros, bares, restaurantes y tiendas; de los juegos y paseos por los parques y jardines; de las idas y venidas de los estudiantes. Que perdieran, en fin, los sonidos de la vida. 

Ahora, esa vida, la nuestra, está escondida en nuestras casas, a resguardo, protegida para proteger. Atendamos a nuestra razón y a nuestro instinto de supervivencia. Convirtamos nuestros particulares "idus de marzo" en una batalla ganada. 

#yomequedoencasa