domingo, 27 de marzo de 2016

Cervantes y España: cuatro siglos de locura y de razón.



En 2015 se cumplieron cuatrocientos años desde que se publicara la Segunda Parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y en 2016 se cumplen los mismos de la muerte de su autor, Don Miguel de Cervantes Saavedra. Desde entonces hasta hoy se han celebrado aniversarios, centenarios, homenajes y se ha difundido la obra por todos los rincones del mundo.

Millones de personas tienen El Quijote en casa; me pregunto cuántas lo habrán leído. Porque, con este libro, es lo que pasa; conocemos los pasajes más famosos, las frases más memorables, nos lo han regalado, lo hemos regalado, lo alabamos y ensalzamos como una de las mejores obras literarias del mundo y como la mejor -sin duda-, en lengua castellana, pero son muchos los que dicen tenerlo y admiten no haberlo leido nunca.

¿Es reprochable tal declaración? Creo que no. Como en mi caso, para muchos ha sido lectura obligatoria en el colegio y quizá el método de acercamiento al libro no ha sido el adecuado. Obligar a leer no es lo mismo que animar a leer; leer forzadamente no es lo mismo que leer porque te hayan hecho amar la lectura y El Quijote no es un libro fácil. Afortunadamente, en la actualidad hay excelentes adaptaciones del Quijote para niños. Las aventuras del hidalgo se retratan como eso, como aventuras, atractivas para los ojos infantiles, divertidas; ese sí puede ser un buen camino para que, pasado el tiempo, el recuerdo de la obra sea grato y las ganas de leer El Quijote aparezcan. El Quijote no es un libro fácil, repito, la filosofía que en él se condensa necesita una lectura lenta, en mi opinión. Miguel de Cervantes ha sido una de las mayores inteligencias de nuestro país y volcó en su obra tal riqueza de conocimientos y de vocabulario que llega a sobrepasar la capacidad de entendimiento de cualquiera de nosotros la primera vez que nos acercamos a ella. 

Hoy en día sigue siendo actual y veraz. Varias veces a lo largo del libro dice Cide Hamete que su intención es desabaratar las ideas románticas que inculcan los libros de caballerías, que alejan al hombre del camino de la razón y lo llevan a cometer locuras y perjuicios irreparables. Bien clara queda, pues, la intención de Cervantes. La España que conoció era la España del Siglo de Oro de las Letras, pero también era la España en la que se atisbaba el final de uno de los imperios más grandes que ha habido en el mundo. Para un hombre de su capacidad intelectual no podría haber habido mejor espejo de cómo éramos los españoles de entonces. Los de ahora, celebramos por todo lo alto el IV Centenario de la publicación de su Quijote y hemos recobrado de repente el empeño por descubrir en qué lugar está su sepultura, dónde reposan los huesos pulverizados del Príncipe de las Letras Españolas. Los de ahora, peleamos con una crisis económica que algunos quieren hacer creer ya pasada. Los de ahora, hacemos que funcione un país donde no hay formado gobierno desde que se celebraran las últimas elecciones generales, hace más de tres meses y aguantamos resignados a unos políticos que no dan la talla que nuestro país merece.

Los de ahora seguimos siendo los de entonces en muchos aspectos y a Don Miguel no le costaría nada reconocernos. Lo que es, es, y no valen vueltas. Descubrimos la fuente de la abundancia y corrimos locos a subirnos en su cresta, ajenos al hecho de que el agua no fluiría eternamente. Pues bien, la fuente se ha secado y hemos terminado como Don Quijote y Sancho, manteados, vapuleados, dando con nuestros huesos en el suelo. Magullados, nos ha tocado levantarnos y buscar nuevo manantial, esta vez, a base de pico y pala. Y si hasta el mismo Don Quijote está dispuesto a echar una mano, rechazando su locura si con ello logra conservar la vida de Sancho, más valdría que algunos salvadores de la patria que recorren orgullosos los pasillos del Congreso, tomasen nota y contuvieran su lengua antes de hablar o, incluso, se fueran por donde han venido.

"-No permita la suerte, Sancho Amigo, que por el gusto mío pierdas tú la vida, que ha de servir para sustentar a tu mujer y a tus hijos; espere Dulcinea mejor coyuntura, que yo me contendré en los límites de la esperanza propincua, y esperaré que cobres fuerzas nuevas, para que se concluya este negocio a gusto de todos".

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Miguel de Cervantes Saavedra.
Capítulo LXXI